La creatividad es compleja. En consecuencia, también lo es ser creativo. Para dar con soluciones originales o para inspirarse hacen falta muchas cosas distintas. Talentos diversos. No se es creativo únicamente de una forma. Hay mil maneras de actuar como creativo.
Antes de repasar 7 barreras principales de la creatividad, desde MonoGráfica hacemos un repaso sobre qué se entiende por creatividad y qué implicaciones tiene esta capacidad.
El término “creatividad” suele tener dos acepciones: la que está relacionada con la facultad de crear y la que se asocia a la capacidad de creación. Aunque esto no parece muy esclarecedor. Sin embargo, casi todos sabemos lo que significa, aunque resulte muy subjetiva la manera en que lo explicamos.
Ya en la agencia vemos las dificultades que supone definir qué es el pensamiento creativo. Aun así, somos capaces de darnos cuenta de cuándo algo limita o incluso anula nuestra capacidad de creación. Son determinados obstáculos los que anulan nuestra capacidad de inventar. Nos enfrentamos a cuestiones que parecen secar nuestra imaginación.
Esta especie de sintomatología puede conducir al individuo a un estado de frustración, que puede verse agravado con la persistencia de la situación. En muchas personas, las barreras para la creatividad terminan por derivar incluso en ciertos estados patológicos como ansiedad, depresión, melancolía…
Según el Adobe Study State of Create 2017, el 75 % de las personas se sienten poco creativas porque se las prefiere productivas. Acabamos por perder creatividad y convertirnos en más competitivos, ya que solo un 25 % de nuestro tiempo lo dedicamos a realizar algo imaginativo. Pero ¿cuáles son esos muros que coartan nuestra creatividad?
Según el mismo estudio, las personas con un razonamiento más creativo suelen tener mayor autoestima. Los encuestados que apostaban por fomentar la creatividad en su vida cotidiana afirmaban ser más innovadores, estar más seguros de sí mismos y ser más resolutivos y felices.
Tipos de barreras para la creatividad:
Consumismo:
La actual concepción de una economía global ha potenciado las tendencias consumistas de la población. Este hecho obliga a las empresas a producir a una velocidad disparada para poder cumplir con las exigencias de la demanda.
La productividad del empleado prima por encima de cualquier otro factor. Esta situación lleva a los equipos de trabajo a soportar una enorme carga de presión y estrés. La fatiga se traduce en un adormecimiento del pensamiento imaginativo.
Tiempo:
Vivimos en una sociedad que funciona a contrarreloj. Este hecho está íntimamente relacionado con la necesidad de ser más productivo. No existe hueco para la conciliación con la vida personal. En esta tesitura, la falta de tiempo se convierte en una barrera para la imaginación de gran calado en el grueso de la población.
La falta de autoestima merma las ideas:
El ser humano ha nacido predispuesto a ser creativo. De hecho, durante nuestros primeros años, la creatividad es una de nuestras mayores cualidades. Sin embargo, con el paso del tiempo esta capacidad va disminuyendo progresivamente.
Algunos adultos eligen fomentar sus capacidades en este aspecto, pero la mayoría se deja influenciar por lo que llaman “un comportamiento más adulto”. Parece que al cumplir años debemos ser más responsables y, por alguna razón, para muchos la creación no es cosa de mayores.
La vergüenza y el miedo a la opinión de los demás minoran nuestro nivel de autoestima. Cuando esto ocurre, nosotros mismos procuramos enterrar todo aquello que nos conduzca a expresar ideas originales.
Parálisis por análisis:
Vivimos en una sociedad hiperconectada. La información nos llega a través de múltiples canales. Sabemos lo que ocurre prácticamente en tiempo real, todo el conocimiento está a nuestro alcance.
Aunque todo esto pudiera parecer una ventaja para el pensador, en realidad una cantidad de información excesiva acaba conduciendo a la parálisis creativa. Esta es una de las barreras más comunes que ha llegado de la mano de las nuevas tecnologías y el mundo digitalizado.
Es necesario comprender que, si creemos saberlo todo, acabaremos siendo inactivos. La razón es que pensaremos que ya todo ha sido inventado. En momentos como este, necesitamos hacer un parón. Obligarnos a “vaciar” nuestro cerebro, huir de la saturación y aclarar nuestra mente. No podemos perder nuestro sentido de la curiosidad, es la vía más directa hacia la creatividad.
Temor a equivocarse:
Los humanos podemos ir de un extremo a otro y, sin embargo, llegar al mismo lado. Esto es lo que ocurre en cuestión de capacidad de inventiva entre los que tienen demasiada autoestima y aquellos que se asustan por el miedo al fracaso. ¿Resultado? Cero en creación.
A pesar de ello, en el caso del temor a errar deberíamos tener en cuenta la cantidad de ocasiones en que una persona ha triunfado gracias a un error. ¿Qué habría sido de Fleming sin la penicilina y qué habría sido de nosotros sin ella? Este potente antibiótico fue descubierto
porque el científico olvidó unas placas de Petri al aire libre. Las bacterias hicieron el resto y aquel error acabó salvando muchas vidas.
La envidia:
No en pocas ocasiones somos el blanco de personas celosas. Quizá seamos muy ricos en imaginación, pero ya se encargan otros de frenar nuestros impulsos. La envidia puede ser una barrera para nuestra creatividad.
Este “pecado capital” puede afectarnos de dos maneras: por la que sentimos nosotros mismos y por la que otros puedan proyectarnos. En cualquier caso, el resultado sería igual: sequía de ideas o ideas inútiles por perder el tiempo con un sentimiento demasiado negativo.
Perfeccionismo:
Ser perfeccionista no es sinónimo de falta de creatividad, pero podría convertirse en una barrera para crear. Si no ponemos diques a una personalidad excesivamente minuciosa, la actividad creativa puede no llegar a término. La persona meticulosa nunca está contenta con el resultado.
Y ¿Cómo fomentar el pensamiento creativo?
Ya hemos visto lo fácil que resulta que nuestro cerebro se bloquee. Sin embargo, nosotros mismos podemos establecer una rutina de reflexión que acabe por hacernos más creativos.
Este hecho es tan importante que los propios científicos han propuesto sistemas para fomentar una actividad más fructífera de nuestro cerebro. En algunos de ellos, el juego resulta fundamental. Así resolvíamos de pequeños. Es la hora de establecer mapas mentales.
A partir de una palabra o de una imagen comenzarán a surgir otras relacionadas con la que hayamos elegido. Se irán conectando ideas al tiempo que despertemos de nuestro letargo.
Por muy alocados que puedan parecerte algunos de los planteamientos que se te vengan a la mente, desarrolla lo que se denomina “pensamiento lateral”. Se trata de afrontar la misma idea desde todos los ángulos posibles. Esto lleva a la creatividad.